lunes, 24 de mayo de 2010

Como un avión estrellado

Como no tengo ganas de ponerme a hablar de A, les voy a contar de Ezequiel Acuña.
Ezequiel Acuña merece que escriba su nombre completo. No cualquiera lo merece.
A por ejemplo, hoy no. De todas maneras, estoy segura de que cuando pase el dolor, lo va a merecer. Ni siquiera hoy merece la primera letra del alfabeto, pero de alguna manera tengo que referenciarlo.
Corría el 2003 y yo vivía en Buenos Aires. En esa época pasaba mucho tiempo con Lilén. Sí, era linda, muy linda y muy indie. Me llevó a ver Nadar solo que se acababa de estrenar en cine. No. No soy tan buena como para explicar lo que sentí al salir. Todavía no soy tan buena, por eso me gusta Letras, porque creo que me ayudaría a explicar mejor lo que quiero transmitir en este momento.
A Buenos Aires lo dejé atrás, a Acuña no. Sabia que en algún momento tenia que volver a verlo.
Pensé que iba a poder contar el resto de la historia, pero no. Todavía no puedo. Pensé que podía omitir a A, pero no, inevitablemente tendría que recurrir a A y la verdad que no tengo ganas de ponerme mal, porque después tendría que hacer malabares para levantarme, y no se si lo dije, pero ya demasiado tiempo paso haciendo malabares en la vida como para que contar una historia se torne un maldito número de malabarismo como si la vida fuera tan fácil de seguir adelante por estos días.
De todas maneras, les puedo contar que Ezequiel Acuña hace cosas increíblemente sensibles.

Cosas sensibles como éstas:



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